
para Gustavo Porcel, profesor y amigo
Soberbio, hijo del Andes
Segundino Navarro, Himno a Sarmiento
“¡Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte para que, sacudiendo el ensangrentado polvo que cumbre tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo! Tú posees el secreto, ¡revélanoslo!”
Así empieza la obra más potente, importante y fascinante de cuantas se hayan escrito en este país: el Facundo, de Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888).
Estas páginas, aparecidas por primera vez en 1845 en el suplemento de El Progreso, estaban llamadas a cambiar la historia de nuestra literatura y cultura a lo grande. Porque, si bien se anunciaban como la biografía de Facundo Quiroga, cargaban con propósitos mucho más ambiciosos: hablar de la geografía del país, de sus gentes, de sus instituciones, explicar como había quedado en manos de Rosas (falso, corazón helado, espíritu calculador, que hace el mal sin pasión) y cuál sería el germen de la futura e inevitable destrucción de su régimen. Para así, una vez revelados los enigmas, tener el antídoto para acabar con toda barbarie.
Son páginas tumultuosas y violentas, genuinamente fundacionales. Unas que, nos gusten o no, más que explicar un país, le dieron forma. Hasta tal punto que repasarlas es como recorrer un mapa que, antes que decirnos donde estamos, nos explica desde donde venimos.
Y por eso hoy, en esta última semana de septiembre de 2024, en Sutura invocamos a la Sombra terrible para interrogarla sobre si aún quedan secretos por revelar.
Con el cuchillo entre los dientes
Fue la presencia en Chile (donde vivía exiliado desde 1840) de un enviado de Rosas lo que llevó a Sarmiento a empuñar la pluma para escribir el Facundo. Sea porque temía que lo extraditaran a su país natal, sea porque el diplomático estaba allí para mejorar la imagen del Restaurador ante el gobierno del país trasandino, no quedan dudas que “Don Yo” tuvo que ponerse a escribir a toda velocidad.
Esto le dio a la obra un tono de urgencia que, convenientemente, le permitió al autor excusarse de todas las exageraciones y distorsiones que podría enmendar más adelante cuando estuviera más tranquilo (cosa que nunca lo hizo). Porque este es un libro que fue escrito y tiene que ser leído con el cuchillo entre los dientes: cada frase y cada oración están maximizadas para causar el mayor daño y la mayor impresión posibles. Es tal el torrente de palabras, que amenaza con arrastrarnos con él si no somos firmes.
Esto también le dio al libro su forma idiosincrática que lo hace casi único en el mundo: una biografía que tiene cuatro capítulos dedicados a describir la llanura argentina (que Sarmiento no conocía en persona) y sus habitantes; después, una historia de vida que se lee como novela y que al final adquiere ribetes propios de una tragedia épica con un héroe que marcha a su muerte; y, finalmente, no sólo la solución del enigma (¿quién mandó a matar a Quiroga?) sino también del futuro inminente que se avecina: la caída de Rosas y un futuro lleno de posibilidades.
Tenemos geografía, historia, política, novela, drama, futurología y, al interior de cada capítulo, pequeñas viñetas que nos pintan hechos, lugares y personajes originales. El Facundo es el antepasado de géneros y disciplinas enteras en función de su indeterminación: podemos rastrear el origen de la novela, de la literatura de ideas, del policial, de políticas y, sobre todo, de una forma de pensar y entender la Argentina: el conflicto entre civilización y barbarie.
¿Civilización o barbarie?
Joyce afirmaba que las armas de un escritor eran tres: el silencio, el destierro y la astucia.
Sarmiento fue muchas cosas y, tal y como lo prueba su actividad hasta los últimos años de su vida, silencioso no fue una de ellas. Sin embargo, sí supo de destierros y de astucias. De hecho, la primera página del Facundo no es la célebre invocación que citamos más arriba, sino un descargo que contiene una de las anécdotas sarmientinas más famosas: el graffiti de On ne tue point les idées, inscripción hecha en los baños de Zonda mientras marchaba exiliado rumbo a Chile.
Entonces, armado con la verborrea, el destierro y la astucia, Sarmiento usó a Facundo como un arma contra Rosas y su gobierno. Y, para hacerla más efectiva, la cargó con todo aquello que consideraba civilizado: no sólo su propio programa político sino también un sinfín de citas de autores franceses de la época, epígrafes tomados de Shakespeare, memorias y libros de viajeros, además de anécdotas e historias personales. Toda esta ostentación y apropiación de lo que era la cultura de la época era un medio para lograr un fin muy específico y original: ofrecer una respuesta americana a un problema americano, nada más lejano de intentar ser la copia de un molde europeo.
América era un lugar a civilizar, sí; y el modelo a seguir era Europa y, sobre todo, Francia (todavía Domingo F. no había descubierto los Estados Unidos, su modelo posterior). Pero Sarmiento notó y expuso algo que resultaba incómodo para muchos: para que la empresa civilizadora tuviese éxito no se podía calcar las ideas recibidas desde el Viejo Continente, había que ser originales y entender que este era un contexto muy diferente. ¿Y quién era original en Argentina? Rosas, el hombre que había realizado la unidad del país pese a su federalismo nominal.
Porque esta es la bomba: la civilización y la barbarie no están tan claramente demarcadas. Al contrario, y como señaló Ezequiel Martínez Estrada, Sarmiento acaba revelando/descubriendo cuánto hay de civilizado en la barbarie y de bárbaro en la civilización. Esto va más allá de las ironías respecto al bárbaro Domingo, del Dr. Montonero, las encontramos en el texto mismo: cuando Quiroga empieza a vivir en Buenos Aires sus costumbres cambian, se “civiliza”; Rosas ha creado un sistema de gobierno más perfecto, más centralizado y terrible que el que hubiera soñado Rivadavia; las fuerzas de Lavalle se embrutecen hasta convertirse en montoneras que son fácilmente desbandados por las disciplinadas fuerzas rosistas.
Para dar mayor contexto: Ricardo Piglia recuerda en una entrevista que cuando el Manco Paz fue prisionero, Estanislao López le arrimó su poncho y un ejemplar del Comentario a las Guerras de las Galias de Julio César; unos años después, las fuerzas unitarias de Lavalle alimentaron sus fogones con los papeles del archivo de Santa Fe.
Sarmiento, entendía y comprendía esto. Y es por eso que él, que hubiese sido un excelente caudillo, utilizó su talento para convertirse en el antídoto a todos los caudillos.
Dos espectros
Un espectro recorre Europa. El espectro del comunismo
El manifiesto comunista
¿Es el Facundo un libro tan único cómo vengo afirmando? Sí y no. En Argentina, por ejemplo, Radiografía de la pampa y El río sin orillas apuntaron a seguir el modelo, imbricando el lenguaje poético con reflexiones personales e histórico-geográficas-políticas. Saliendo de nuestro país encontramos en Brasil Los sertones y, cruzando a España, podemos rastrear su influencia en la obra ensayística de Miguel de Unamuno (admirador por igual de la prosa sarmientina y del Martín Fierro).
Sin embargo, es un contemporáneo suyo con quién tiene una afinidad más profunda: El manifiesto comunista.
Dejen que me explique. Más allá de haberse publicado con muy pocos años de diferencia (1845 y 1848, respectivamente) y poseer en común un tono incendiario y combativo que cambió la faz del mundo, comparten algo fundamental: el uso que hacen del lenguaje, mezclando la profecía con el llamado a la acción directa.
Esto es algo que señalaba Óscar Terán en sus clases. La confianza en el progreso ilimitado era una creencia común a distintas corrientes ideológicas del siglo XIX, llámense divina providencia o dialéctica hegeliana. En la descripción del sistema de Rosas y el capitalismo moderno se mezclan crítica y admiración, y late la confianza en que ambos sistemas han sembrado la semilla de su propia destrucción que los llevará desplazados prontamente.
Tener la Historia y sus leyes de nuestro lado es bastante reconfortante sobre todo si se trata de intelectuales exiliados buscados por los gobiernos de su país. Pero a veces no es suficiente: si el Manifiesto termina exhortando a la unión de todos los trabajadores del mundo (para que así el capitalismo caiga más rápido), Facundo termina con Sarmiento deseándole suerte al ejército correntino del General Paz en su campaña contra Rosas.
El futuro y la historia estarán en marcha pero siempre es mejor darles un empujoncito para asegurarnos que el engranaje no se trabe en un momento inoportuno.
Lejos estoy de proponer algún tipo de síntesis siniestra entre Sarmiento y Marx y Engels. Me interesa preguntarme lo siguiente: si el espectro del comunismo ha sido re-significado como la metáfora de un mundo que pudo ser libre, ¿Qué significan para nosotros hoy la acechanza de las sombras terribles del Facundo y su autor?
Las ideas no se matan
Sarmiento el soñador sigue soñándonos
Sarmiento-Jorge Luis Borges
¿Por qué deberíamos leer el Facundo en el 2024? Más allá de que es un libro fundacional, uno de los tantos kilómetro cero de nuestra literatura argentina en inaugurar una forma de pensar sobre la sociedad, se trata de un texto que mantiene un aura muy fuerte.
Obviando la quimera de querer explicar un país con un libro, en cada relectura no deja de sorprenderme más y más la fe y la confianza casi demenciales que se tenía Sarmiento a sí mismo. Más en una época como la nuestra, donde, entre aquellos adolescentes que empiezan a transitar la adultez, la actitud predominante es la apatía de quien se siente derrotado de antemano.
Leer Facundo es como recibir una descarga eléctrica, su ferocidad y vitalismo (el “exceso de vida” de los románticos decimonónicos) resultan contagiosos. ¿Quién no quisiera poseer esa asertividad, esa plena confianza en sí mismo aunque no fuese por más de cinco minutos?
Hace unos meses asistí a la charla de un historiador que presentaba su nuevo libro. Durante la charla esbozó el siguiente razonamiento: al ser el nuestro un país que hace décadas ha renunciado a interrogarse a sí mismo, antes que preguntarse ¿qué hacer? se tiene que empezar por otro lado (cómo, cuándo, dónde, etc…). Y, una vez que tengamos una respuesta para estos planteos, sabremos qué parte nos corresponde a nosotros.
Compartiendo totalmente este diagnóstico, creo que volver a repasar el Facundo es una oportunidad excelente para empezar a responder “¿cómo hemos llegado hasta aquí?”.
El sueño sarmientino vivirá en tanto viva la Argentina. Y la única forma de evitar que vuelva a degenerar en una pesadilla opresiva es que seamos conscientes de cuáles son sus raíces.
Un sueño tan potente, comparado tantísimas veces con el Zonda o con arroyo cordillerano, merece que estemos a su altura. Lejos de simplificaciones, lejos de caricaturas; laten en los apuntes de este exiliado sanjuanino las ideas, a menudo contradictorias entre sí, que darían forma a un país en sus aspectos más grandiosos y más bajos; en sus ideales más altos y en sus creencias más deleznables.
Pero eso ya lo había previsto él, cuando furioso exclamó que las contradicciones solo acabarían a fuerza de contradecirlas.